En medio del sufrimiento del pueblo
de Dios, una gran luz de esperanza comienza a brillar. Un hombre se buscó una esposa, se casó con
ella, y tuvo un hijo (v.1-2a). ¡Nada
fuera de lo común! Sólo que en este
caso, el que había nacido “era hermoso”
(v.2b) – ‘hermoso’ ante los ojos de Dios (Hch 7:20). La fe de los padres les llevó a entender que
este niño tenía un propósito especial en los planes de Dios (Heb 11:23). Por eso tomaron la decisión de colocarlo en
el río Nilo (v.3). No lo pusieron en cualquier lugar, ni lo dejaron a la
deriva, sino que colocaron al bebé cerca del palacio, esperando que Dios haga
algo especial (v.4).
Cuando la hija de Faraón vio la
arquilla, hizo cuatro cosas inesperadas (v.5-9):
i.
Mandó sacar la canasta del río.
ii.
Tuvo compasión de un bebé llorando.
iii.
A pesar de saber que el bebé era hebreo, decidió
adoptarlo
(v.10).
iv.
Mandó llamar a la madre de Moisés, y pagó para que ella
lo
criase.
Cada acción plantea una gran
interrogante: “¿Por qué haría eso la princesa de Egipto?” La única explicación coherente es que Dios
estaba obrando en la mente de esta mujer, preparando el camino para la
formación de uno de los más grandes líderes del pueblo de Dios de todo tiempo –
MOISÉS (v.10).
REFLEXIÓN: Dios es soberano sobre los corazones y las mentes de las
personas. Fue Él quien guió a los padres
de Moisés en todo lo que hicieron. Y fue
Dios quien guió el corazón de la princesa, para adoptar a Moisés. ¿En qué manera se ha manifestado la soberanía
de Dios en nuestras vidas? Adoremos a
Dios por la grandeza de Su poder y Su dominio sobre toda la vida.
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