Por cuarenta años (Hch 7:30), Moisés
se había dedicado a pastorear las ovejas de su suegro. Un día, llevó las ovejas a un monte llamado
Horeb (v.1b), donde le esperaba una gran sorpresa; algo que iba a cambiar su
vida para siempre. El Ángel de Jehová se
le apareció en una zarza que ardía (v.2).
Ese Ángel era nada menos que el Señor Jesús. Al acercarse a la zarza, Moisés escuchó la
voz de Dios llamando su nombre (v.3-4).
La primera orden de Dios fue bastante solemne: “No te acerques; quita tu calzado de tus pies…” (v.5a). La presencia
de Dios convirtió el lugar en “tierra
santa” (v.5b).
Este énfasis sobre la santidad de
Dios es muy interesante. Siglos después,
encontramos el mismo énfasis cuando Dios llamó a Isaías (Is 6:1-3). Lo que las Escrituras nos enseñan es que si
vamos a servir a Dios, lo primero que tenemos que aprender es que Dios es
santo. La santidad de Dios produce en el
ser humano un profundo sentir de indignidad (v.6b; ver Is 6:5 y Lucas 5:8), que
es uno de los requisitos más importante en el servicio de Dios.
Habiendo puesto en claro Su santidad,
Dios se identifica como el “Dios de
Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob” (v.6a). Quizá Moisés se había olvidado de su pueblo,
pero Dios no. Quizá Moisés se había
olvidado del sufrimiento de su pueblo, pero Dios no (v.7). Él había visto la aflicción de Su
pueblo; había oído el clamor de su sufrimiento; y era consciente de sus angustias. Día tras día Dios era testigo de todo lo que
los hijos de Israel sufrían a manos de los egipcios (v.9).
Pero si era así, ¿por qué Dios esperó
tanto tiempo para salvarlos? En primer
lugar, porque Dios tenía que formar a Su siervo Moisés. ¡Israel tuvo que sufrir cuarenta años más de
esclavitud, porque el siervo de Dios aún no estaba preparado para el
ministerio! Pero la ‘demora’ también se
debió a lo que leemos en Gén 15:13-16.
Dios había decidido que Su pueblo no iba a salir de Egipto hasta que “la maldad del amorreo” (es decir, los
habitantes de la tierra de Canaán) llegara a su colmo. Dios, en Su paciencia, estaba dando a los
pecadores la oportunidad de arrepentirse, porque la salvación de Israel (de
Egipto) iba a dar lugar al juicio de Dios sobre los amorreos.
REFLEXIÓN: Dios hace todas las cosas a su debido tiempo. A veces nosotros estamos apurados, queriendo que
Dios haga algo YA. Pero Dios tiene Su
tiempo para hacer las cosas, y debemos aprender a esperar el momento que Dios
ha determinado para hacerlo (Juan 2:3-4).
¿Cuál es el
plan de Dios para TU vida? ¿Estás
dispuesto a esperar “el cumplimiento del
tiempo” (ver Gál 4:4)? Pide a Dios
que te prepare, para que estés listo para todo lo que Dios quiere hacer por
medio de ti.
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