En los primeros dos capítulos, Jeremías describe el sufrimiento de la
ciudad de Jerusalén; en este capítulo, describe su propio sufrimiento. Jeremías, como siervo de Dios, fue llamado a
predecir el juicio de Dios sobre Judá, y también a presenciarlo. Por eso comienza el capítulo confesando, “Yo soy el hombre que ha visto aflicción bajo
el látigo de su enojo” (v.1). Sin
embargo, el énfasis en este pasaje no es tanto el sufrimiento de Jerusalén,
sino su propio sufrimiento como profeta.
Y el lenguaje que usa es bastante fuerte.
Lo primero que notamos es la manera en que Jeremías acusa a Dios de ser la
Persona que causó su sufrimiento. Casi
todo los verbos tienen a Dios como el agente (el que hace la acción): “Me guió y me llevó en tinieblas” (v.2);
“contra mi volvió y revolvió su mano”
(v.3); “Hizo envejecer mi carne”
(v.4); “Edificó baluartes contra mi”
(v.5), etc. Jeremías escribe así, para
resaltar la soberanía de Dios en su vida.
Fue Él quien lo llamó a ser profeta; y por lo tanto, fue Él quien causó
todo su dolor y angustia.
¿Qué nos enseña esto? Varias cosas
importantes, que debemos meditar:
1.
Servir a Dios no es
siempre fácil. Desde el momento que lo llamó, Dios le advirtió a Jeremías que
su ministerio sería difícil (Jer 1:8, 10, 17-19). Este pasaje lo confirma. Jeremías se ‘envejeció’ en el ministerio
(v.4), sintiendo a veces que aun Dios estaba en su contra (v.10-12).
2.
Servir a Dios a veces
involucra dolor y sufrimiento. Parte del
dolor de Jeremías en el ministerio fue el hecho que Dios no contestó sus
oraciones (v.8); por ejemplo, cuando pedía a Dios que concediera al pueblo la
gracia de arrepentirse.
3.
El siervo de Dios a
veces sufre a manos del pueblo de Dios.
Eso queda claro por lo que leemos en el v.14. A lo largo de su ministerio, el pueblo de
Judá rechazó a Jeremías, y lo atacó en muchas maneras.
4.
El siervo de Dios no
es siempre protegido del juicio de Dios que cae sobre los que hacen el
mal. Cuando el juicio de Dios cayó sobre
Jerusalén, Jeremías no escapó las consecuencias de ello. Cuando los babilonios sitiaron la ciudad,
Jeremías sufrió hambre y sed, al igual que los demás habitantes.
A pesar de que Jeremías se expresa con lenguaje muy fuerte (por ejemplo,
acusando a Dios de quebrar sus dientes, v.16), él no dejó de confiar en
Dios. Esto habla de la firmeza de su fe,
y de su madurez espiritual. Aunque sus
emociones quedaron destrozadas (v.20), siguió confiando en Dios. Por eso termina el pasaje orando al Señor
(v.19), y apelando a su misericordia – de la cual hablará a partir del
v.22. Y al orar, afirma su fe, diciendo:
“Esto recapacitaré en mi corazón, por lo
tanto esperaré” (v.21).
REFLEXIÓN: El
ministerio de Jeremías es un buen antídoto contra aquellos que describen en
manera muy triunfalista el ministerio cristiano. Es cierto que con Cristo somos más que
vencedores; pero somos vencedores EN el sufrimiento. Cristo sufrió por la Iglesia (Is 53:3-13), y
los siervos de Dios comparten ese sufrimiento (Col 1:24). Un día, recibirán la corona de la vida.